PRÓLOGO DEL LIBRO «LATIDOS» POR ÓSCAR FÁBREGA

PRÓLOGO DEL LIBRO «LATIDOS» POR ÓSCAR FÁBREGA

 

 

Una de las cosas que siempre me ha fascinado de los poetas es su extraordinaria capacidad para transmitir ideas, sentimientos, reflexiones y emociones que el lector, al leerlas, hace suyas al instante. A todos nos ha pasado. Es una experiencia preciosa. Ya saben, seguro que alguna vez han dicho eso de «parece que está hablando de mí» o «siempre lo he pensado, pero nunca lo había visto escrito». La magia que se produce aquí es asombrosa: el poeta, hurgando en los callejones perdidos de su mente, de sus recuerdos, de sus pasiones, de sus esperanzas y de sus sueños, nos regala, en forma de versos, pequeños fragmentos de su alma, pequeños latidos de su corazón; y el lector, a su vez, los recoge, los reinterpreta, los pone frente al espejo de su alma y termina viéndose a sí mismo en ese mar de letras bellamente ordenado. Siguiendo con la metáfora, de alguna manera, termina acompasando sus latidos emocionales con los del poeta, con la misma cadencia, coordinados, acelerándose o ralentizándose según varie el ritmo de las olas, de los poemas, de los versos.

Esto me recuerda a algo que han descubierto recientemente unos científicos de Suecia, responsables de un proyecto centrado en ver cómo la música afecta al cuerpo y a la salud en términos puramente biológicos y que tiene un precioso y poético nombre: «Partitura del cuerpo». Al parecer, el ritmo cardiaco de los miembros de un coro se coordina al cantar juntos. Todos laten al unísono, aunque la frecuencia varíe según el ritmo de la música. Al margen de la explicación científica que tenga esto, que guarda relación el nervio vago, que va desde el tronco del encéfalo al corazón, y con la respiración, la idea de fondo me parece tremendamente bonita y sugerente. ¿No creen?

Latidos, así se llama esta preciosa antología que están a punto de leer, en cuanto este prologuista deje de estorbar y le pase el micro a la gran Teresa Mascarenhas; un precioso cajón repleto de poemas, sentimientos y reflexiones que, sin duda, les encantará. Por supuesto, no es mi intención desvelar en exceso lo que van a leer, aunque sí me voy a atrever a exponer algunas cositas que vinieron a mi mente mientras disfrutaba de esta generosa recopilación de latidos poéticos.

Por un lado, los versos de Teresa son tan vitales como esperanzadores, están llenos de vida, de aire, de calor, de luz, de ternura. «Siempre amanece en lo más profundo», dice en alguna ocasión. Y es que Teresa recurre en varias ocasiones al sol como metáfora de la vida. Brillante —nunca mejor dicho—. No en vano, el sol renace cada día, como nosotros al despertar, y a eso, a renacer, a reconstruirnos, a despertar, nos invita la poetisa; pero siempre conectados a este mundo maravilloso, pese a todo, que nos rodea y del que somos parte; y siempre con la alegría, la libertad y el amor, en sus múltiples manifestaciones, como banderas.

Por otro lado, siguiendo la senda de lo dicho, los versos de Teresa invitan con su propio ejemplo a emprender el siempre necesario camino de la introspección, de la búsqueda y descubrimiento de nosotros mismos, de nuestra propia mismidad. «Volar al interior, al hogar, a veces tan desconocido, tan desatendido, tan incomprendido, tan desaprendido», comenta. Y es que solo así, reencontrándonos con lo que realmente somos, abriendo las puertas y ventanas de nuestro mundo interior, aireándonos, soltando miedos y lastres, podremos ser de verdad.

Por último, los versos de Teresa también tienen mucho de filosófico, como demuestran bellísimos poemas como «A dónde va el alma», «Vida», «Y vendrá la muerte» o mi favorito, «Los valses de la vida». Y es que, como dijo Arturo Graf, «no es filósofo quien, teniendo una filosofía en la cabeza, no la tiene además en el corazón».

Y hasta aquí puedo leer. Les dejo con esta increíble y preciosa obra, y con su autora, y con sus letras y amaneceres. Espero que, como me ha pasado a mí, acompasen sus latidos con los suyos; y de camino, que hagan suya esta bellísima alma que, en forma de versos, nos ha regalado Teresa.

Gracias.

Óscar Fábrega

 

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